1.
Introducción
El intento de renovación que representó el teatro romántico resultó ser
baldío, a pesar del éxito puntual cosechado por algunas obras. El principal motivo de ese fracaso fue la actitud
de la burguesía conservadora, a la que no le agradaban los planteamientos
revolucionarios e individualistas de buena parte de los escritores románticos.
A ello se une, por otra parte, el triunfo del Realismo en la narrativa, que a lo largo de la segunda mitad del
siglo XIX, se irá extendiendo a otros géneros literarios, como es el caso del
teatro.
Durante el Realismo, se desarrolla en Europa un tipo de drama de
escasa calidad, en el que se representan escenas costumbristas destinadas a
exaltar los valores familiares y el amor conyugal. Se trata de una comedia burguesa que se caracteriza por
la verosimilitud de las acciones y de los personajes, la reproducción fiel de
los ambientes y los vestuarios, y el interés por los temas cotidianos. Es un teatro
comercial que refleja la ideología y la moral imperantes en esos momentos y que
respeta la regla de las tres unidades.
Por otra parte, también existen algunos dramaturgos que continúan
cultivando un tipo de drama
postromántico en verso, que cada vez resulta menos del agrado del público.
De ahí
que, a finales del siglo XIX, algunos autores decidan apartarse de esta
reproducción realista y minuciosa de las costumbres para plantear un teatro
renovador, escrito en prosa, y cercano a los planteamientos estéticos del Naturalismo, en el que, entre otras
cuestiones, se profundiza en la psicología de los personajes y en las circunstancias
que explican los comportamientos de éstos, al tiempo que se realiza una crítica
de la sociedad, con una finalidad moralizadora y con la presencia de temas
relativos a los bajos instintos, la pobreza, la infidelidad y el determinismo
biológico y social.
Entre
estos dramaturgos destacan el ruso Antón Chéjov, los escandinavos Henrik Ibsen
y August Strindberg, y el irlandés Oscar Wilde. Son autores que anticipan la
renovación total de la escena que tendrá lugar a principios del siglo XX, con
la llegada del teatro del compromiso y el teatro del absurdo.
A comienzos del siglo XX se produce en Europa una renovación del teatro
que afecta a dos aspectos concretos: la renovación de las técnicas teatrales y
la renovación del texto dramático.
Por lo que a la renovación de las técnicas teatrales se refiere, hay que
señalar que ya a finales del siglo XIX, algunos autores como André Antoine
(1858-1943) o Konstantin Stanislavski (1863-1938), defensores del llamado naturalismo teatral, introdujeron
algunas innovaciones dignas de ser tenidas en cuenta. En el caso de André Antoine, hemos de señalar que su
principal innovación consistió en reproducir en escena el ambiente real en que
se desarrollaban sus obras. Y, en esa línea de actuación, su más interesante
aportación fue la llamada “cuarta pared”,
que consiste en que los actores actúen como si la boca del escenario fuera la
cuarta pared (que estaría cerrada) del lugar o habitáculo en que se
desarrollaba la acción, ignorando la presencia del público, hacia el que, a
veces, se le volvía la espalda.
Por su parte, Stanislavski fue el creador del
llamado “método Stanislavski”. Según
éste, el actor debe intentar imitar del mejor modo posible la acción, llegando
a identificarse con ella, para lo cual ha de liberarse de sus hábitos
personales mediante un esfuerzo de concentración y autocontrol. Así, se trata
de crear un ambiente de “verdad”, para que la representación no parezca una
mera imitación de la verdad.
De otro
lado, se produjo una fuerte reacción contra el movimiento naturalista en
relación con la elaboración del texto dramático. En este sentido, uno de los
primeros autores en promover dicha renovación fue Alfred Jarry, del que
hablaremos al final de este tema.
2. El teatro noruego:
Henrik Ibsen
El dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) es
considerado el gran renovador del teatro moderno. Fue un autor que
escribió un teatro conocido con el nombre de "teatro de las ideas" y
es considerado el creador del teatro psicológico, el cual se caracteriza por
presentar los conflictos ideológicos existentes entre el individuo y la
sociedad. El tema preferido del teatro de Ibsen es el derecho del individuo a
su plena realización personal, frente a las convenciones sociales y morales que
coartan su libertad.
En su época, sus obras fueron consideradas
escandalosas, por cuestionar el modelo de familia y de moral imperantes. En la
actualidad, sus obras continúan teniendo plena vigencia y siendo representadas
con asiduidad.
La obra dramática de Henrik Ibsen puede dividirse
en tres etapas. En la primera de ellas, escribe dramas románticos en verso, en
los que recoge la tradición, el carácter y el folclore noruegos. A esta etapa
pertenece, por ejemplo, su obra Peer Gynt
(1868), protagonizada por un aldeano, adolescente y soñador, que
fantasea con ser rico e influyente, pero que, tras numerosas peripecias, ve
cómo su destino se cumple, a pesar de todo lo que él ha hecho durante varios
años para evitarlo.
A partir de 1879, Ibsen inicia una segunda etapa
caracterizada por la crítica social. En sus obras, escritas en prosa, Ibsen se
interesa por los problemas sociales de su tiempo a la vez que cuestiona los
fundamentos de la sociedad burguesa. De esta época son sus dramas más conocidos:
Casa de muñecas (1879), Espectros (1881), Un enemigo del pueblo (1882) y El
pato salvaje (1884).
Este teatro presenta, entre otras, las siguientes
características:
·
Análisis de conflictos de índole moral, centrados
en el enfrentamiento entre la verdad y la mentira o la hipocresía. De ahí que
sus obras sean calificadas como dramas de
ideas.
·
En otras ocasiones, se trata
del choque entre la libertad del individuo y los convencionalismos sociales de
la burguesía de la época o, también, entre el ser humano y el destino.
·
Personajes con unos rasgos muy
bien delimitados y estudiados psicológicamente, especialmente los femeninos.
·
Gusto por el teatro clásico y
respeto de las unidades.
·
Escasez de acción externa y gradación
ascendente de la tensión dramática.
Su obra más conocida es Casa de muñecas, en la que lleva a cabo una denuncia de la
situación de la mujer en el ámbito familiar y social. En ella, una mujer acaba
abandonando a su marido, el director de banco Helmer Tolvard, y a sus hijos
porque, al cabo de ocho años de matrimonio, se siente tratada como una
"muñeca", ya que entre marido y mujer no existe una verdadera
comunicación, sino una sucesión de apariencias. Su protagonista, Nora, se
convirtió en símbolo del feminismo y su autor en abanderado del mismo. Casa de muñecas se estrenó en gran
parte de los países de Europa con una enorme polémica, pues resultaba
inevitable posicionarse a favor o en contra de su protagonista y eran muchos
quienes opinaban que la obra suponía un ataque a los fundamentos de la familia.
En Un enemigo del pueblo, un hombre acaba siendo considerado enemigo del
pueblo porque se opone a la sociedad corrupta y materialista que le rodea.
Representa el drama de quien, movido por sus profundas convicciones personales,
actúa en oposición al pragmatismo de la sociedad. Su protagonista, el Doctor
Stockmann, denuncia que las aguas del balneario, principal fuente de ingresos
del pueblo, están contaminadas y son un peligro para la salud. Las fuerzas
sociales del pueblo hacen todo lo posible por ocultar la realidad y el
protagonista se queda solo en su actitud de denuncia.
En su tercera etapa, Ibsen cultiva un teatro de carácter simbólico, en
el que sustituye la denuncia social por el análisis de los conflictos
individuales y existenciales. Su obra más representativa de esta etapa es Hedda Gabler (1890), cuya protagonista
es Hedda Gabler, una joven aristocrática que se casa con un
hombre al que no ama y que acaba suicidándose con la pistola de su padre.
3. El teatro ruso: Anton
Chéjov y Máximo Gorki
En Rusia, el Realismo dio paso a un teatro psicológico de la mano de Antón Chéjov (1860-1904), cuyo éxito es
inseparable de la fundación del Teatro del Arte de Moscú por Konstantin Stanislavski
y Vladimir Nemirovich-Danchenko. En dicho Teatro del Arte se estrenaron las
principales obras de Chéjov. Otros escritores realistas cuya obra también está
ligada a este extraordinario estudio de teatro son León Tolstoi y Máximo Gorki.
En
el teatro de Chéjov encontramos una mezcla de lirismo, simbología y crítica
social. El tema principal de su producción dramática es la frustración, derivada
de la imposibilidad del ser humano para ver cumplidos sus sueños y deseos.
Junto a este tema, aparecen el pesimismo y la angustia de vivir, todo ello
representado por personajes mediocres e inadaptados.
La gaviota
(1896) tuvo una muy mala acogida por parte del público en su primera
representación. Trata de las relaciones amorosas de cuatro personajes que
tienen en común su dedicación al arte. Dichos personajes intentan inútilmente
conciliar vida y arte. Al final de la obra, una gaviota herida, símbolo de la
valentía y del amor, vuela sobre los personajes.
El jardín de los cerezos (1904) tiene como tema central la necesidad de romper
con el pasado para poder lograr un futuro mejor. Cuenta la historia de
una aristocrática familia de origen ruso que se encuentra con serios problemas
económicos, a pesar de lo cual no se preocupa por mejorar o recuperar ese
jardín que están a punto de perder en manos de unos burgueses laboriosos.
En Tío Vania
(1899), varios personajes se enfrentan por la venta de una hacienda heredada,
lo que sirve para reflejar la miseria de la vida humana.
Máximo Gorki (1868-1936)
es un escritor ruso, muy conocido por sus cuentos y por algunas
de sus novelas extensas, como La confesión (1908) y El negocio de los Artamonov
(1925).
De sus obras teatrales, hay que destacar Pequeños burgueses (1902) y Los
bajos fondos (1903), obras que fueron representadas en el Teatro del Arte
de Moscú. En la primera de ellas, Gorki se sirve de las técnicas del
Naturalismo para estudiar el tema de la rebelión contra la sociedad burguesa
por parte del proletariado.
4. El teatro sueco: August
Strindberg
August Strindberg (1849-1912) es
un dramaturgo sueco, seguidor del teatro de Ibsen, que es considerado el
renovador del teatro sueco y uno de los precursores del llamado teatro del
absurdo.
En una primera etapa, dentro del naturalismo y
de la denuncia social, escribe obras en las que trata temas como la misoginia y
la lucha entre sexos y entre lo viejo y lo nuevo. Buen ejemplo de ello es La señorita Julia (1888), donde asistimos a la
relación amorosa entre un criado ambicioso y la señorita Julia, quien sufre una
enfermedad mental. La señorita Julia seduce a su criado y, finalmente, acaba
suicidándose. Esta obra desencadenó un gran escándalo, lo que provocó su
prohibición.
Posteriormente, Strindberg
evoluciona hacia un teatro más vanguardista y simbólico, alejado de las reglas
clásicas y vinculado al Simbolismo y al Expresionismo, con lo que se convertirá
en uno de los iniciadores del teatro vanguardista de las primeras décadas del
siglo XX. A este estilo pertenecen obras como la trilogía El camino de Damasco (1898-1904), La danza de la muerte (1900) y La sonata de
los espectros (1907).
5.
El
teatro inglés: Oscar Wilde
En
Inglaterra, en la década de los ochenta, podemos destacar a dos escritores que,
entre otros géneros literarios, también cultivan el teatro. Uno de ellos es el
irlándes Oscar Wilde (1854-1900),
autor de la novela El retrato de Dorian Grey, a la que nos hemos
referido en el tema dedicado a la novela realista y naturalista.
Como
dramaturgo, es autor de unas comedias protagonizadas por la nobleza, a la que critica
por su hipocresía. Sus obras están cargadas de intrigas y de humor, en las que
hace gala de un lenguaje elegante, refinado e irónico. Escribió cuatro comedias de las que la más
conocida es La
importancia de llamarse Ernesto (1895), una comedia de salón, de gran contenido humorístico
Otras
comedias de salón, con un tono más sentimental son El abanico de Lady
Windermere (1892) y
Un marido ideal (1895). En la primera de ellas
se trata el tema del adulterio en el seno del matrimonio formado por Lord y
Lady Windermere. En la segunda, se plantea el tema de las engañosas
apariencias.
Unos años
antes de la Primera
Guerra Mundial, aparece George
Bernard Shaw (1856-1950), un autor que cosecha grandes éxitos con comedias
de fino humor, como Casa de viudas (1892) o La profesión de la Señora Warren (1898).
Algunas
de sus obras más conocidas son Cándida (1898), en la que analiza el tema del amor y de la
fidelidad dentro del matrimonio, y Pigmalión (1913), en la que un profesor de fonética consigue
convertir en una dama a una muchacha vulgar.
6.
El teatro español
El Realismo español está representado por
las obras teatrales de Benito Pérez
Galdós (1843-1920), que a veces
son adaptaciones de sus novelas -como es el caso de la puesta en escena, en
1904, de la adaptación de su novela El abuelo-, y por Echegaray
(1832-1916), que obtuvo el Premio
Nobel y fue un autor de éxito en su momento, con obras de ambiente burgués y
esteticista, que hoy se consideran obsoletas
Continuando
con esa pervivencia de fórmulas anteriores a la renovación de comienzos del
siglo XX, podemos mencionar a algunos dramaturgos más conocidos, como es el
caso de Jacinto Benavente (1866-1954),
autor prolífico que cultiva un teatro realista, en el que no aparecen grandes
conflictos ni problemas. Algunas de sus obras están ambientadas en interiores
rurales, como es el caso de La Malquerida (1913),
o en interiores urbanos burgueses, como sucede en Pepa Doncel (1928).
Su obra más conocida, Los
intereses creados (1907), supone una recreación de
los personajes de la Commedia dell´Arte
italiana.
El teatro costumbrista suele ir unido,
desde comienzos del siglo XX, a la comedia musical, al sainete y a la zarzuela. A este tipo de teatro pertenecen
figuras como los hermanos Serafín
(1871-1938) y Joaquín (1873-1944) Álvarez Quintero, cultivadores de un
tipo de comedia en la que se ponen de manifiesto los tópicos de la tierra
andaluza: la gracia e ingenio de sus gentes, el encanto de los lugares, el sol…
Además, sus obras tienen un carácter moralizante, un estilo llano y humorístico
y una predilección por los personajes populares. Obras suyas son, entre otras, El patio (1900), Malvaloca (1912), de ambiente
andaluz, y alguna otra de ambiente castellano, como Las de Caín (1909)
y Doña Clarines (1909).
Otro
autor que cultiva el teatro costumbrista es Carlos Arniches (1866-1943), autor de 188 obras de diverso género,
desde el sainete lírico de costumbres madrileñas, pasando por la zarzuela o el
entremés, hasta llegar a la tragedia grotesca, muy próxima al esperpento
valleinclanesco. De sus sainetes de ambiente madrileño, podemos citar El santo de la Isidra (1898) o La flor del barrio (1919)
y, entre las tragedias grotescas,
destaca La señorita de
Trevélez (1916).
Durante
las primeras décadas del siglo XX se desarrolla un teatro poético que había
nacido como reacción al realismo decimonónico. Cultivado por algunos autores
modernistas, tiene predilección por el verso. Sus rasgos más característicos
son, entre otros, una actitud evasiva y acrítica frente a la realidad de su
tiempo; la falta de profundización en el análisis de hechos históricos; una
exaltación del pasado heroico; unos personajes estereotipados, de
cartón-piedra; una trama bastante inverosímil, y un estilo intrascendente, con
versos retóricos, y sonoros.
Algunos
de sus principales cultivadores son Eduardo
Marquina (1879-1946) y José María
Pemán (1897-1981), quien es considerado como uno de los más acertados
cultivadores del teatro histórico en verso.
A
finales del siglo XIX y durante los primeros años del siglo XX fueron surgiendo
algunos intentos renovadores, entre
los que cabe destacarse los llevados a cabo por autores de la llamada
Generación del 98, como es el caso de Azorín, Unamuno o Valle-Inclán. De ellos,
la figura que más merece destacarse es la de Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), el creador del
esperpento. De su producción dramática hay que destacar la etapa que se inicia
a partir de 1920, año en que aparecen las obras maestras del ciclo de las
farsas, como es el caso de la Farsa
y licencia de la reina castiza, así como la obra Divinas palabras y Luces de Bohemia.
Con las
sátiras y caricaturas de ambientes y personajes que lleva a cabo en sus farsas,
Valle-Inclán se acerca ya a lo que será el esperpento, al que tan
magníficamente presenta y bautiza en Luces de bohemia, en la que da vida al
genial personaje Max Estrella y su compañero don Latino de Hispalis.
La
estética del esperpento queda
plasmada en la escena XII de Luces
de bohemia: el esperpento es el reflejo de los héroes
clásicos en los espejos cóncavos del Callejón del Gato. Es decir, el esperpento
es la deformación grotesca, hasta convertir a los personajes en situaciones, en
objetos bufos, objeto de burla y de deshumanización, en consonancia con la
deformación misma de una realidad que, por lo absurda que es, no puede ser
reflejada de forma irracional. Y, en este sentido, el esperpento nos trae a la
memoria excelentes creaciones de Quevedo y de Goya, entre otros. Un concepto
que, posteriormente, se vería refrendado en el prólogo y el epílogo de Los cuernos de don Friolera (1921),
otro de sus famosos esperpentos -en este
caso el esperpento del drama de honor-, junto con Las galas del difunto (1926)
-esperpento del mito de don Juan- y La hija del capitán (1927), un esperpento
antimilitarista.
7.
El teatro de vanguardia: Alfred
Jarry y Luigi Pirandello
El
dramaturgo francés Alfred Jarry (1873-1907) representa uno de los intentos más
arriesgados de renovación del teatro realista y naturalista, con un teatro de
estética vanguardista, caracterizada por unas obras en las que ridiculiza
situaciones, ambientes y personajes.
Su obra más conocida es Ubú rey (1896), una farsa grotesca que se convirtió en
precursora del teatro de vanguardia y del teatro del absurdo de comienzos del
siglo XX, desde el momento en que se trata de desterrar
del teatro aquello que tenga que ver con el principio de verosimilitud. Se
niega la realidad del tiempo, dando paso a los anacronismos; se niega la
realidad de espacio, gracias a la confusión de los lugares; y se niega la
realidad del hombre, al reducir a los actores a meros autómatas, que se
expresan de forma plana y monocorde y se visten con ropas absurdas.
Otro
autor a destacar en lo referente a la renovación de los textos teatrales es el
italiano Luigi Pirandello
(1867-1936), quien continúa en esa línea de estudio de los problemas de
identidad, de realidad y de apariencia. En su obra más famosa, Seis personajes en busca de autor
(estrenada en 1921 y publicada cuatro años después), presenta a unos personajes
que aparecen en escena buscando un director que les dé una vida teatral. Se
crea así un ambiente de irrealidad en el que los actores, el posible director y
los espectadores viven un clima de tensión que queda en suspenso cuando, al
final de la obra, los personajes no encuentran al autor.